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Una llave es un instrumento que se usa para accionar cerraduras,[1] incorporadas a objetos que se pretende proteger de accesos no deseados.
Desde tiempos antiguos se utilizaron mecanismos de este tipo. Su invención se atribuye a Teodoro de Samos en el siglo VII a. C. aunque con toda probabilidad se usaban mucho antes. Existe la creencia de que las primeras cerraduras eran grandes cajas metálicas que necesitaban para abrirse llaves de hierro muy grandes y pesadas, lo que solamente es cierto en parte, porque también se utilizaron llaves pequeñas para tapaderas de cajas pequeñas, como joyeros u otro tipo de muebles. Cierto que había una cierta relación entre la importancia de la puerta y el tamaño de la llave. Sin embargo, durante el siglo XX se ha producido una evolución muy importante en el diseño de nuevos sistemas de cierre de puertas que ha dado origen a una gama de llaves muy variada.
La mayoría de las llaves clásicas son metálicas (de acero, latón o de aluminio), y se utilizan para abrir la cerradura introduciéndola en ella y girando. En general constan una parte ancha, en forma más o menos redonda u ovalada, con o sin perforaciones, que sirve como apoyo para manejarla, y de un vástago con diversas muescas, estrías o paletas que forman un código más o menos complicado.
Las acanaladuras, tanto en el vástago como, en su caso, en la paleta, forman un primer paso del código, puesto que impiden que otras llaves, con acanaladuras distintas, puede introducirse en la cerradura. El segundo código viene dado por las muescas, que levantan o mueven una serie de levas de distinta longitud que, cuando coinciden, permiten girar la llave liberando el mecanismo de cierre.